Evangelio en la calle.
¿Qué es la vida de la mujer y del hombre sino un intento permanente de pasar del no ser al ser, del vacío a la plenitud, de la cerrazón a la apertura, de la noche al amanecer? Cuando ese paso se dificulta por miles de obstáculos, al humano se le cierra la posibilidad de vivir.
Hablemos más concretamente: Si un parado busca infatigablemente contra tantas dificultades, no desaparece del todo para él la puerta al trabajo; si un obrero tiene un contrato de cuatro horas y trabaja ocho pero no se resigna, tiene un puente tendido; si un enfermo, con un diagnóstico complicado, no tira la toalla, ahí se le abre un puerto de luz. Si un barrio abandonado por la administración cuenta con un grupo de hombres y mujeres que luchan por su dignificación, ya ha dado un primer paso…
Estas situaciones pasan por mi cabeza cuando leo el Evangelio de S. Lucas 24, 1-12. Es una de las narraciones de la Resurrección del Señor. Y me fijo especialmente en estos versículos 10-12: “Fueron María Magdalena, María la de Santiago y las demás mujeres que estaban con ellas las que comunicaron estas cosas a los apóstoles. Pero ellos pensaron que se trataba de un delirio, y no las creyeron. Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Al asomarse, solo vio los lienzos, y regresó a casa admirado de lo sucedido”.
Éste fue el principio de la “resurrección de Pedro”: levantarse y correr.
La Resurrección de Cristo es una nueva vida y creación (ahí tiene su punto de partida todo tipo de cambio). Abre nuestros sepulcros sellados para que Cristo sea luz y vida, empuja hacia la esperanza, tiende puentes, derriba fronteras, libra del oscurantismo y cerrazón, fortalece frente al cansancio y explotación. Eso sí. Cristo Resucitado no nos resuelve los problemas, pero sí alumbra posibilidades infinitas.
¡Escuchemos de nuevo y siempre las palabras del ángel!: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (5-6). Él está a nuestro lado y no nos defrauda.
Hablemos más concretamente: Si un parado busca infatigablemente contra tantas dificultades, no desaparece del todo para él la puerta al trabajo; si un obrero tiene un contrato de cuatro horas y trabaja ocho pero no se resigna, tiene un puente tendido; si un enfermo, con un diagnóstico complicado, no tira la toalla, ahí se le abre un puerto de luz. Si un barrio abandonado por la administración cuenta con un grupo de hombres y mujeres que luchan por su dignificación, ya ha dado un primer paso…
Estas situaciones pasan por mi cabeza cuando leo el Evangelio de S. Lucas 24, 1-12. Es una de las narraciones de la Resurrección del Señor. Y me fijo especialmente en estos versículos 10-12: “Fueron María Magdalena, María la de Santiago y las demás mujeres que estaban con ellas las que comunicaron estas cosas a los apóstoles. Pero ellos pensaron que se trataba de un delirio, y no las creyeron. Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Al asomarse, solo vio los lienzos, y regresó a casa admirado de lo sucedido”.
Éste fue el principio de la “resurrección de Pedro”: levantarse y correr.
La Resurrección de Cristo es una nueva vida y creación (ahí tiene su punto de partida todo tipo de cambio). Abre nuestros sepulcros sellados para que Cristo sea luz y vida, empuja hacia la esperanza, tiende puentes, derriba fronteras, libra del oscurantismo y cerrazón, fortalece frente al cansancio y explotación. Eso sí. Cristo Resucitado no nos resuelve los problemas, pero sí alumbra posibilidades infinitas.
¡Escuchemos de nuevo y siempre las palabras del ángel!: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (5-6). Él está a nuestro lado y no nos defrauda.
Antonio Hernández-Carrillo
"TU" número 177
"TU" número 177
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