Evangelio en la calle
“No se enciende la lámpara para taparla con un vasija de barro” (Mt 5,15).
La HOAC (año 1946) no podía ser para recluirla en los escondites de las sacristías o en las cúpulas de los templos, ni para encerrarla en los espacios sagrados. Tampoco podía ser un aire tan, tan puro que rehuyera toda contaminación humana como si la confrontación con el mundo perjudicara sus intereses. Ni podía encaramarse en los muchos enredos de unas retorcidas oraciones pendientes de las nubes del cielo. No. Es que aquellos rezos no recogían las situaciones sufrientes de tantos y tantos obreros.
La HOAC (año 1946) no podía ser para recluirla en los escondites de las sacristías o en las cúpulas de los templos, ni para encerrarla en los espacios sagrados. Tampoco podía ser un aire tan, tan puro que rehuyera toda contaminación humana como si la confrontación con el mundo perjudicara sus intereses. Ni podía encaramarse en los muchos enredos de unas retorcidas oraciones pendientes de las nubes del cielo. No. Es que aquellos rezos no recogían las situaciones sufrientes de tantos y tantos obreros.
Este proyecto, con ya setenta años de vida, era imposible que se aposentara en los torreones amurallados de los bien-pensantes del orden en medio de tanto desorden. Mucho menos era imaginable que este patrimonio de los pobres se lo apropiaran otros para realizar sus beneficencias.
Por el contrario, “la lámpara se pone sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa” (Mt 5,15).
Entonces y solo entonces, cuando el Evangelio baja a la calle, al obrero y al bullicio de la gente es cuando es lo que debe ser: luz. El Evangelio empieza a cumplir su misión en el mismo momento que toma posesión de lo que le pertenece por naturaleza: la intemperie de la vida.
El mensaje entrelazado entre la vida y la muerte, la palabra derramada a lo ancho y a lo largo de las relaciones sociales y obreras, el militante bajado a las arenas movedizas del trabajo y de la lucha… era y es la HOAC.
“Señor, que me sienta capaz de luchar. Que pueda, en cualquier tiempo, coger el látigo y arrojar a los mercaderes del templo. Porque tu templo no es solo la Iglesia. ¿No se lo dijiste a la samaritana? Tu templo son las fábricas, los despachos, los talleres –el lugar desde donde rezamos–. Y hay hombres que han convertido la casa de Dios en cueva de ladrones. Que me sienta capaz de vencerlos” (G. Rovirosa: Obras Completas V pág. 479)).
¡Gracias, Señor, por lo que han dado de sí esos setenta años; que den mucho, mucho más!
El mensaje entrelazado entre la vida y la muerte, la palabra derramada a lo ancho y a lo largo de las relaciones sociales y obreras, el militante bajado a las arenas movedizas del trabajo y de la lucha… era y es la HOAC.
“Señor, que me sienta capaz de luchar. Que pueda, en cualquier tiempo, coger el látigo y arrojar a los mercaderes del templo. Porque tu templo no es solo la Iglesia. ¿No se lo dijiste a la samaritana? Tu templo son las fábricas, los despachos, los talleres –el lugar desde donde rezamos–. Y hay hombres que han convertido la casa de Dios en cueva de ladrones. Que me sienta capaz de vencerlos” (G. Rovirosa: Obras Completas V pág. 479)).
¡Gracias, Señor, por lo que han dado de sí esos setenta años; que den mucho, mucho más!
Antonio Hernández-Carrillo
"TU" número 173
"TU" número 173
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