¿Cómo es posible que una de las comunidades más ricas y prosperas del planeta, cuna de civilización y de humanidad, donde habitan más de 500 millones de personas, sea incapaz de organizarse y acoger como es debido a 1 millón de refugiados?
La solución encontrada al “problema de los refugiados” ha sido la de lavarnos las manos, mirar para otro lado, pagar para que otros ejerzan, y en el mejor de los casos, la acogida, la misericordia y la solidaridad personal e institucional de la que solo nuestro corazón es responsable… El olvido práctico de la fraternidad nos destroza porque los refugiados, cada uno de ellos, son “uno de los nuestros”. Todo ser humano es “uno de los nuestros”, sobre todo quienes se encuentran en situación de debilidad y mayor necesidad.
El desgobierno en lo institucional y la indiferencia en lo personal están agravando dramáticamente la vida de millones de personas y nos señala directamente como responsables, pues como subraya el Papa Francisco, «la indiferencia y el silencio abren el camino a la complicidad cuando vemos como espectadores a los muertos… Sea de grandes o pequeñas dimensiones, siempre son tragedias cuando se pierde aunque sea solo una vida" (Mensaje de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. 17-1-16) e insiste en que es imprescindible “romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo” (Misericordiae vultus, 15).
Lo que muestra la situación de los refugiados en Europa (aunque no solo en Europa y no solo la de los refugiados, sino también la de los emigrantes) y las políticas “criminales” de cierre de fronteras y de criminalización de las personas que se ven en la necesidad de huir, es la profunda crisis moral que vivimos. Tanto en la debilidad de las respuestas a las causas estructurales de las migraciones y de los refugiados, como en las dificultades personales y estructurales que ponemos para acogerlos, se comprueba la profundidad de esa crisis, que viene provocada por el olvido de la fraternidad, de la común humanidad que nos hermana. Necesitamos recomponer la fuerza de la moral en nuestras vidas, la fuerza de la fraternidad, en lo personal y en lo social. Sentir así, pensar así, actuar así… es lo que nos puede ayudar a recomponer la capacidad moral, que hacemos posible cuando respondemos compasivamente al sufrimiento de los otros. Quienes, personas o grupos, sí actúan así nos muestran el camino que necesitamos recorrer, lo que necesitamos convertir en criterio de funcionamiento de nuestras sociedades pues sin fraternidad, sin misericordia, la vida se hace inviable, se instala la cultura del descarte, de la desconfianza y de la desigualdad, donde los pobres no tienen futuro. La pregunta es si estamos dispuestos a asumir lo que supone, porque la misma falta de fraternidad nos hace verlo como «costes», cuando en realidad son oportunidades de crecer en humanidad.
Particularmente en Europa es esencial avivar la convicción moral de que sin la fraternidad, la libertad y la igualdad son inalcanzables. Todo ciudadano europeo cualquiera que sea su condición, cada comunidad de las que componen este singular espacio común, tenemos la responsabilidad de aportar para construir la fraternidad que necesitamos. Sin embargo, muy especialmente los cristianos, la comunidad cristiana y todas las comunidades cristianas, estamos urgidas a prestar en nuestra sociedad el servicio de ser testigos vivos de esta certeza, desde la convicción de que “acoger al otro es acoger a Dios en persona” (Mensaje de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. 17-1-16) y que por el contrario no hacerlo es rechazar a Dios en persona.
Miguel Salinas Donaire
Militante HOAC Granada
Publicado en Ideal de Granada (12/4/16)
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