Evangelio en la calle
Llevamos un tiempo en Granada haciendo un gesto que encierra un profundo significado. Voy a relatarlo con brevedad con la seguridad de que en otros sitios se hace algo parecido.
Comenzamos en medio de la calle, a las puertas del templo y allí se despliega la pancarta en la que se lee escuetamente: la persona es lo primero. Entonces se empieza hablando de la situación difícil de tantos y tantos trabajadores y se reparte una octavilla informativa.
Entre la calle y el templo hacemos presentes casos concretos de sufrimiento obrero: “El padre está parado desde hace tres años en los que quebró la empresa. A una joven le pagan 2,8 € la hora, no tiene seguro y su esposo está sin trabajo. Otro joven de treinta años, con la carrera más que terminada y con muchos años presentándose a oposiciones, sigue viviendo con los padres sin perspectiva ninguna de trabajo. Una madre de familia está pasando muchos apuros en la empresa en donde reducen el sueldo y aumentan las horas”…
En este clima, comenzamos la Misa en el nombre del Padre…: Lecturas bíblicas con un ambiente de acogida, homilía iluminadora de la realidad descrita y llamada a la esperanza. Seguimos: “Esto es mi cuerpo y ésta es mi sangre” y participamos todos del mismo Pan. (Marcos 14, 22-25).
La Eucaristía así no es una celebración al margen de la vida, sino recuerdo, presencia y encuentro con Cristo en el momento supremo de su entrega que inmediatamente nos trae y lleva a la calle con sus sufrimientos y esperanzas (como ocurrió la noche del Jueves Santo).
El altar de la vida y de la Misa es el mismo. No nos puede ocurrir como a aquellos corintios a los que S. Pablo advierte severamente que cuando “hay divisiones entre ellos” y “cada uno empieza comiendo su propia cena” ya no celebran la Cena del Señor (1º Corintios 11, 17-34). Por eso, el cristiano camina de la concentración a la Eucaristía y de la Eucaristía a la concentración.
¡Hasta mañana en el altar!
Comenzamos en medio de la calle, a las puertas del templo y allí se despliega la pancarta en la que se lee escuetamente: la persona es lo primero. Entonces se empieza hablando de la situación difícil de tantos y tantos trabajadores y se reparte una octavilla informativa.
Entre la calle y el templo hacemos presentes casos concretos de sufrimiento obrero: “El padre está parado desde hace tres años en los que quebró la empresa. A una joven le pagan 2,8 € la hora, no tiene seguro y su esposo está sin trabajo. Otro joven de treinta años, con la carrera más que terminada y con muchos años presentándose a oposiciones, sigue viviendo con los padres sin perspectiva ninguna de trabajo. Una madre de familia está pasando muchos apuros en la empresa en donde reducen el sueldo y aumentan las horas”…
En este clima, comenzamos la Misa en el nombre del Padre…: Lecturas bíblicas con un ambiente de acogida, homilía iluminadora de la realidad descrita y llamada a la esperanza. Seguimos: “Esto es mi cuerpo y ésta es mi sangre” y participamos todos del mismo Pan. (Marcos 14, 22-25).
La Eucaristía así no es una celebración al margen de la vida, sino recuerdo, presencia y encuentro con Cristo en el momento supremo de su entrega que inmediatamente nos trae y lleva a la calle con sus sufrimientos y esperanzas (como ocurrió la noche del Jueves Santo).
El altar de la vida y de la Misa es el mismo. No nos puede ocurrir como a aquellos corintios a los que S. Pablo advierte severamente que cuando “hay divisiones entre ellos” y “cada uno empieza comiendo su propia cena” ya no celebran la Cena del Señor (1º Corintios 11, 17-34). Por eso, el cristiano camina de la concentración a la Eucaristía y de la Eucaristía a la concentración.
¡Hasta mañana en el altar!
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