La huelga y las movilizaciones sociales del pasado 14 de noviembre han tenido un planteamiento muy claro: las decisiones políticas que se están tomando son injustas porque están empobreciendo a miles y miles de familias, están empobreciendo a los empobrecidos, están haciendo retroceder los derechos laborales y sociales de personas y familias; y no están representando nada para que quienes han provocado la crisis paguen la enorme deuda que tienen con la sociedad, continúan enriqueciéndose mientras los pobres son empobrecidos cada vez más; están construyendo una sociedad cada vez con mayores desigualdades; por eso se pide modificar de raíz esas políticas.
El Gobierno responde que no va a rectificar, que continuará con las mismas políticas, porque no hay otro camino para recuperar la economía. Insiste, además, en que la huelga y las movilizaciones perjudican «la imagen» de España. Es curiosa esa preocupación por «la imagen», porque contrasta con la cruda realidad. La realidad de seis millones de desempleados con unas políticas que siguen favoreciendo la destrucción de empleo, de ocho millones de personas que subsisten solo con la asistencia social, de dos millones de familias sin ingresos, de más de dos millones de niños y niñas viviendo por debajo del umbral de la pobreza, de los miles de familias a las que una ley hipotecaria que legaliza el robo y la práctica usurera de los bancos ha dejado sin casa, de la reducción de las prestaciones por desempleo, del absoluto deterioro de los derechos de trabajadores y trabajadoras, del deterioro de la sanidad y la educación por recortes sin fin… Esa es la realidad. ¿De qué «imagen» está preocupado el Gobierno? y de renovación. Un concilio que sigue siendo un camino abierto para hoy y para el futuro.
Esa realidad muestra una profunda quiebra social que se expresa en el aumento incesante de los empobrecidos y de las desigualdades. Continuar con las mismas políticas que han conducido a esa quiebra social, diciendo que son la única política posible para recuperar la economía, es utilizar a las personas como si fueran cosas. Porque no es simplemente que se estén imponiendo sacrificios a las personas, es que se está sacrificando a las personas en nombre de una supuesta recuperación económica que no se ve por ninguna parte. Lo que se está haciendo es ignorar un principio básico de humanidad, que es el que permite construir una sociedad más justa: las personas siempre deben ser lo primero. Así lo recordaba al inicio de la crisis Benedicto XVI: «El primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad, pues el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social» («Caritas in veritate», 25).
Esta profunda quiebra social es una enorme quiebra de la democracia. Nuestra democracia está gravemente herida y sangra por el costado del sufrimiento de los empobrecidos. Esas políticas están modificando el modelo social para continuar distribuyendo la riqueza social en favor de una minoría y en contra de los pobres, están entregando lo que es de todos al enriquecimiento de unos pocos. Esa es la mayor negación práctica de la democracia.
Porque la democracia no es un mero procedimiento formal, es un sistema social que sitúa en el centro la justicia debida a las personas. Como recuerda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, «una auténtica democracia no es solo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del bien común como fin y criterio de la vida política» (CDSI, 407). Las políticas serviles a los intereses de quienes han provocado una enorme quiebra social con su codicia sin límites están quebrando la democracia. Quienes luchan día a día por el derecho de los empobrecidos están defendiendo la democracia, una democracia con sentido humano.
Porque la democracia no es un mero procedimiento formal, es un sistema social que sitúa en el centro la justicia debida a las personas. Como recuerda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, «una auténtica democracia no es solo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del bien común como fin y criterio de la vida política» (CDSI, 407). Las políticas serviles a los intereses de quienes han provocado una enorme quiebra social con su codicia sin límites están quebrando la democracia. Quienes luchan día a día por el derecho de los empobrecidos están defendiendo la democracia, una democracia con sentido humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario