María
Antonia, en tu recuerdo, y movido por el
cariño que siempre te he tenido, echo a volar mi fantasía para imaginar como
creyente, de manera ingenua pero luminosa,
tu encuentro con el Dios de la
vida, detrás de tu reciente paso por la
realidad de la muerte,:
Quiero creer
que el Padre
ha pensado que ya era hora de poder disfrutar con tu presencia; que había llegado el momento de que
experimentaras plenamente cuánto Él te ha venido amando; cuánto Él ha sufrido en tus sufrimientos y
cuánto ha disfrutado con tu fortaleza, tu alegría y tu entrega militante, de
respuesta a su amor. De forma
definitiva, te ha tendido ahora su mano amorosa de Abba, y tú, solita, sin ayuda alguna, te
has levantado sin esfuerzo de tu carrito
de minusválida y, sorprendentemente, has caminado hacía Él. Erguida por primera
vez, y segura como nunca,
te has echado feliz en sus
brazos, te has dejado envolver en su
gloria, que ahora dota de alas a tu corazón y de elasticidad a tu cuerpo,
siempre dolido y deforme en tu vida mortal.
En ese encuentro gozoso, en esa situación de
transfiguración, se ha unido, a la plenitud del abrazo de Padre, todo el amor de los que
amaste y te amaron, de aquellos a los
que habías llorado alguna vez por su ausencia,
y a los que, en tus días de soledad, desánimo o depresión severa, echaste en falta
junto a ti. Se ha unido en ese Encuentro todo el amor militante que derramaste
por los que te rodearon - por los débiles
desde tu propia debilidad, por
los amigos desde tu disponibilidad a pesar de tus limitaciones, por los pobres
del mundo obrero desde tu austeridad vital y tu compromiso tenaz, por todos los
enfermos que sufren, desde tu propia experiencia de la enfermedad-; todo ese amor experimentado por ti desde tu
silla de ruedas, se te devuelve ahora
multiplicado en el Encuentro. Y desde esa experiencia nueva, inefable y eterna
de Amor fundido en ti, ves a tu
alrededor sillas y carritos de la “Frater” rodando solos por los jardines de la Gloria, junto a todas las
herramientas y símbolos del mundo obrero liberado. Todo ello enmarcando el
momento eterno de tu fusión con el Amor Trinitario, que traduce el “Bienvenida
María Antonia”.
Desde acá, en el suelo, en
esta pequeña parte de mundo
finito que solo puede imaginar fabulando la realidad de los bienaventurados -como
yo estoy haciendo-, muchas lágrimas hemos intentado dejar atrapadas en nuestras gargantas para que prevaleciera
la fuerza de nuestra fe y la esperanza en la resurrección, al
recuerdo lastimero por tu muerte inesperada, querida María Antonia.
Tú, como respuesta
agradecida, nos mandas desde el cielo ahora,
una sonrisa reconfortante y animosa, y, con un guiño de complicidad
picarona y militante - que algo me suena a nueva y sana autosuficiencia y a
petición de disculpa por las posibles molestias que hayas podido causarle en
vida a los amigos -, nos dices:
“Sabed todos que ya no necesito ni silla ni carro ni
nadie que me deba acompañar para ayudarme a sortear las barreras
arquitectónicas (además, aquí no las
hay). Ahora prefiero estar de pie, siempre subiendo y bajando escaleras,
moviéndome como “zanganillo”, correteando con otros amigos de la Frater y la HOAC por estos parajes del Cielo. Estoy “en la Gloria” (y nunca mejor
dicho). Vosotros, amigos míos, seguid queriéndoos mucho y luchando por amor al Mundo Obrero. Contad conmigo y… ¡ Hasta
mañana, en el altar!”.
¡Hasta siempre, María Antonia!
¡Te queremos! ¡Recuerdos al Padre!
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