Con todo el ruido sobre el sistema financiero está pasando casi desapercibido el grave peligro que se cierne sobre el sistema público de pensiones. Una vez más se está utilizando la crisis como pretexto para seguir minando una de las conquistas sociales más importantes de los trabajadores y trabajadoras: un sistema público que garantice pensiones dignas para la vejez. Un día se hacen insinuaciones sobre las dificultades de tesorería de la Seguridad Social; otro se habla de que será necesario acelerar la entrada en vigor de la reforma del sistema de pensiones aprobada en 2011; otro la OCDE, organismo internacional defensor a ultranza de las perniciosas políticas neoliberales, vuelve a lanzar el mensaje de que los sistemas públicos de pensiones no son sostenibles, que son precisos los planes privados de pensiones…, e incluso habla de plantear la obligatoriedad de cotizar a planes privados de pensiones complementarios de las pensiones públicas, otro…
Es muy llamativo cómo se individualizan los problemas sociales para que perdamos la perspectiva de lo que nos está pasando. Por ejemplo, es simplemente incomprensible que, con el terrible problema del desempleo de los jóvenes, se hable con toda la impasibilidad del mundo de que es necesario retrasar aún más la edad de jubilación. La más mínima preocupación por el bien común nos llevaría a plantear exactamente lo contrario y a buscar caminos para distribuir el empleo de forma más justa y avanzar en cohesión social. Todo se quiere reducir a un problema de financiación, ignorando deliberadamente que existen otras formas de financiar el sistema de pensiones y que el bien común y la justicia exigen ya otra distribución de la riqueza social para atender en común las necesidades y derechos de todos, en especial de los más pobres y vulnerables. Si no se plantea esto es porque se defienden intereses particulares que niegan el bien común, en este caso el interés del negocio privado por el dinero de las pensiones.
Ya nos hemos referido en otras ocasiones a que lo que está en juego en las pensiones, como en otros muchos aspectos del modelo social que se nos está imponiendo, es la pugna entre la comunión y el individualismo. La opción entre asumir que somos responsables de entre todos cuidarnos y protegernos todos (comunión) y la opción de considerar que cada uno debe resolverse sus problemas como mejor le convenga (individualismo). Son dos formas completamente distintas de orientar nuestra libertad.
La progresiva privatización del sistema de pensiones es fruto del individualismo y negación de la comunión. La reforma del sistema de pensiones de 2011 va en la dirección del individualismo y empeora la situación de los más pobres y vulnerables en un sistema en el que ya la mitad de los pensionistas viven por debajo del umbral de la pobreza. El individualismo, encubierto bajo una supuesta insostenibilidad del sistema que busca justificar su progresiva privatización para el mayor negocio privado, ha llevado a una reforma que reduce el volumen de dinero que el Estado se gasta en pensiones en porcentaje del PIB a costa de: dificultar el acceso de los trabajadores a percibir una pensión contributiva del 100%; reducir la cuantía de la pensión percibida por la mayoría de los trabajadores que se jubilen; retrasar la edad de jubilación y reducir el número de años que los jubilados van a cobrar la pensión. Así incentiva la utilización de los planes privados de pensiones como complemento a la pensión pública.
Ahora se vuelve a insistir en caminar más aún hacia el individualismo. Así siempre pierden los más pobres y vulnerables, que no pueden pagarse planes privados. Pero, en realidad, perdemos todos (hasta los que solo ven en esto una oportunidad de negocio, porque cada vez se deshumanizan más). La extensión y mejora del sistema público de pensiones dignas para todos es un camino de comunión y es solo la comunión la que construye una vida social humana y nos permite a todos y cada uno crecer en humanidad; mientras que el de la privatización del sistema, que genera mayores desigualdades, es el camino del individualismo, que destruye la vida social y nos hace más difícil vivir humanamente. Por eso, hay dos preguntas que, personalmente y en común, todos necesitamos hacernos: ¿con qué queremos colaborar, con la comunión o con el individualismo?, ¿desde dónde queremos vivir, desde la comunión o desde el individualismo?
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