lunes, marzo 05, 2012

Un cambio cultural para la igualdad



     Al final de su encíclica «El Evangelio de la Vida», Juan Pablo II señala que el cuidado de la vida necesita un profundo cambio cultural que «exige a todos el valor de asumir un nuevo estilo de vida que se manifieste en poner como fundamento de las decisiones concretas… la justa escala de valores: la primacía del ser sobre el tener, de la persona sobre las cosa» (EV, 98). Este cambio cultural es muy importante en la perspectiva de lo que significa el 8 de Marzo, Día de la Mujer Trabajadora.

     El 8 de Marzo es un valioso signo de la lucha por la igualdad de derechos y deberes de hombres y mujeres, una importante expresión de la lucha por la afirmación de la dignidad humana desde la diversidad. El mundo obrero y del trabajo es un ámbito fundamental de esta lucha, porque en él se sufre con dureza el empobrecimiento. Muchas mujeres del mundo obrero y del trabajo, con empleo o sin él, están en esa situación de empobrecimiento y vulnerabilidad por las injustas desigualdades de las que son víctimas.

     Hoy, cuando se está imponiendo un duro retroceso en los derechos laborales y sociales de las personas con el pretexto de la crisis, cuando se está sometiendo cada vez más la vida de trabajadores y trabajadoras a las exigencias de la mayor rentabilidad económica (como acaba de ocurrir con la reforma laboral), esta lucha por la igualdad es especialmente importante. Porque las mujeres, por su situación de mayor empobrecimiento y vulnerabilidad, sufren más ese retroceso de los derechos laborales y sociales.

     Precisamente, uno de los mayores enemigos de la igualdad y de la dignidad humana es la mercantilización de la vida que domina nuestra sociedad. Una mercantilización que tiende a poner precio a todo y que da menos valor social, o ninguno, a lo que no tiene precio de mercado (cuando no lo penaliza por considerarlo un obstáculo para la rentabilidad económica). Este hecho es especialmente negativo para las mujeres. Porque las mujeres han asumido históricamente una función de enorme valor social pero habitualmente sin precio y, por tanto, considerada de segundo rango: las tareas de cuidado de la vida, sobre todo en el ámbito familiar. Las mujeres trabajadoras tienen muchas veces que elegir entre empleo y tareas de cuidado, o compaginar ambas con la sobrecarga que supone, o teniendo otras mujeres que hacerse cargo de las tareas de cuidado a cambio de un salario con frecuencia muy bajo. No debería ser así, pero lo es en el actual esquema cultural.

     Para avanzar en la igualdad necesitamos un profundo cambio cultural para combatir la mercantilización y conquistar socialmente el valor del cuidado de la vida. A un alto coste las mujeres han cultivado y conservado el valor del cuidado. Pero el cuidado de la vida no es algo exclusivo de las mujeres. Hombres y mujeres necesitamos vivirlo, como sujetos y destinatarios, porque es una necesidad humana fundamental. Y lo es en todos los ámbitos de la vida: en la familia, en las relaciones interpersonales, en las relaciones de trabajo, en la relación con la naturaleza, en la vida social, en la acción política… No podemos vivir humanamente sin cuidar los unos de los otros y del mundo en que vivimos.

     En palabras de la teóloga Lucía Ramón, «necesitamos articular la justicia y el cuidado, el sentido de la justicia y el sentido de la gratuidad, en los sujetos femeninos y masculinos dejando atrás las dicotomías y las jerarquizaciones del modelo patriarcal de sujeto y “sujeta”. Y esa revolución antropológica requiere y ha de plasmarse en nuevas estructuras sociales y políticas, porque, como nos ha enseñado el feminismo en los últimos decenios, lo personal es político. Debemos caminar hacia un nuevo contrato social capaz de crear la sociedad del cuidado». Y para ello, «varones y mujeres necesitamos una revolución del sentir en clave feminista para crecer a imagen y semejanza de Dios en el amor y para hacer este mundo más habitable».


Editorial del número 1.533 de Noticias Obreras.


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