viernes, marzo 11, 2011

LA ORACION DE UN NIÑO

Evangelio en la calle 

He preguntado muchas veces a los pequeños 
que me cuenten las cosas que piden ellos a Dios y me dan unas respuestas que van casi todas en la misma dirección: que haya paz en el mundo, que los niños no pasen hambre, que las familias se lleven bien y (ahora agregan) que los padres tengan trabajo. No podía ser de otra manera porque de un corazón limpio no puede brotar nada más que una plegaria limpia.

La paz, el pan, la familia y el trabajo son los deseos más profundos del corazón y por lo que mejor podemos pedir a Dios, Padre de todo lo bueno. Los niños, una vez más, señalan el camino

del bien para la humanidad.

Por eso mismo, Jesús de Nazaret, Dios con nosotros, aparece en el Evangelio bendiciendo e imponiendo las manos a los niños (Marcos 10, 16) y afirmando que de ellos es el Reino de los Cielos (Mateo 19, 14). También pide que acojamos su Reino como lo hacen los pequeños (Marcos 10, 15) y nos propone que seamos como ellos (Mateo 18, 3) para así renacer a una nueva vida 
y poder aceptar su mensaje (Juan 3, 5). 

Todavía más. En el Evangelio aparecen como términos equivalentes el ser niños y el ser discípulos: “Quien dé un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser discípulo mío, os aseguro que no quedará sin recompensa” (Mateo 10, 42). Incluso Jesús se identifica con los pequeños:“El que acoge a un niño como éste en mi nombre, 
a mí me acoge (Mateo 18, 5). 

Por todas estas aportaciones evangélicas la oración de un niño va siempre por la buena dirección y constituye nuestra gran referencia a la hora de vivir y rezar.

Los niños llevan la razón: el Reino de Dios que deseamos y pedimos es paz, pan, armonía familiar y trabajo.

Eso sí: a Dios rogando y con el mazo dando. O esto otro: Reza y trabaja.  


Antonio Hernández-Carrillo
¡TU! nº 128. Marzo-2011


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