Evangelio en la calle
Una entidad bancaria ha repartido unas bolsas de comida entre los más pobres de las ciudades y pueblos en donde tiene sucursales. Estos alimentos iban destinados a sus empleados pero con la crisis este año los han destinado a los “más necesitados”. Distintas asociaciones están multiplicando sus esfuerzos para recoger alimentos y ropas, almacenarlos en dispensarios e ir dándoselos a “los pobres”. Claro que sí: la beneficencia siempre se pone de moda en épocas de mayores necesidades. Hablando de estas cosas con un amigo le dije: ¿Por qué esa entidad bancaria en lugar de las bolsas no libera de la hipoteca de la vivienda a alguno de tantos como están echando a la calle y por qué los esfuerzos de esas asociaciones “tan caritativas” no se dedican a la promoción, cultura y a una mayor justicia?
¿Esta respuesta apunta, sin duda, al verdadero problema y… a la solución. Lo demás son parches, ocultamiento de la situación y, lo que es peor, justificación de nuestra mala conciencia. Así de claro.
Recuerdo hace muchos años a nuestro querido consiliario Tomás Malagón arremeter contra, lo que él decía: magnificencia, beneficencia y munificencia (por no hablar del paternalismo y asistencialismo). Parece mentira que a uno le venga ahora a la memoria aquello, lleno de rabia e idea, del marqués tristemente célebre que primero creó los pobres y después organizó la beneficencia para socorrerlos.
¡Qué horror! Pero recuerdo, sobre todo, que en el Evangelio la limosna es compasión, justicia y entrega de la misma vida en un silencio total: La viuda dio todo lo que tenía (Lucas 21, 3-4), las primeras comunidades ponían en común lo que poseían (Hechos 4, 32-35), Jesucristo sitúa en el centro no el dar, sino el darse, entregar la propia vida en servicio de la comunidad (Juan 15, 12-15) y afirma que la mano derecha no se entere de lo hace la izquierda (Mateo 6, 1-4).
¡Con parches: o no vamos a ningún sitio o le hacemos el juego a esta organización tan inhumana de la sociedad o nos justificamos con demasiada facilidad!
Una entidad bancaria ha repartido unas bolsas de comida entre los más pobres de las ciudades y pueblos en donde tiene sucursales. Estos alimentos iban destinados a sus empleados pero con la crisis este año los han destinado a los “más necesitados”. Distintas asociaciones están multiplicando sus esfuerzos para recoger alimentos y ropas, almacenarlos en dispensarios e ir dándoselos a “los pobres”. Claro que sí: la beneficencia siempre se pone de moda en épocas de mayores necesidades. Hablando de estas cosas con un amigo le dije: ¿Por qué esa entidad bancaria en lugar de las bolsas no libera de la hipoteca de la vivienda a alguno de tantos como están echando a la calle y por qué los esfuerzos de esas asociaciones “tan caritativas” no se dedican a la promoción, cultura y a una mayor justicia?
¿Esta respuesta apunta, sin duda, al verdadero problema y… a la solución. Lo demás son parches, ocultamiento de la situación y, lo que es peor, justificación de nuestra mala conciencia. Así de claro.
Recuerdo hace muchos años a nuestro querido consiliario Tomás Malagón arremeter contra, lo que él decía: magnificencia, beneficencia y munificencia (por no hablar del paternalismo y asistencialismo). Parece mentira que a uno le venga ahora a la memoria aquello, lleno de rabia e idea, del marqués tristemente célebre que primero creó los pobres y después organizó la beneficencia para socorrerlos.
¡Qué horror! Pero recuerdo, sobre todo, que en el Evangelio la limosna es compasión, justicia y entrega de la misma vida en un silencio total: La viuda dio todo lo que tenía (Lucas 21, 3-4), las primeras comunidades ponían en común lo que poseían (Hechos 4, 32-35), Jesucristo sitúa en el centro no el dar, sino el darse, entregar la propia vida en servicio de la comunidad (Juan 15, 12-15) y afirma que la mano derecha no se entere de lo hace la izquierda (Mateo 6, 1-4).
¡Con parches: o no vamos a ningún sitio o le hacemos el juego a esta organización tan inhumana de la sociedad o nos justificamos con demasiada facilidad!
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